Comuneros by Alfonso Domingo

Comuneros by Alfonso Domingo

autor:Alfonso Domingo [Domingo, Alfonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-05-12T00:00:00+00:00


JESUS AUTEM TRANSIENS

PER MEDIUM ILLORUM IBAT IN FACE

Juan apreció aquel inesperado presente, y en su rostro y en sus ojos doña María vio florecer la emoción.

—«Mas él, pasando por medio de ellos, se fue» —leyó y tradujo Padilla—. Muy bien elegida.

—Es una frase del Evangelio según san Lucas —le decía María—, y sirve para protegerse, tanto de los enemigos como de las traiciones. La he elegido junto con Sosa y Sigeo, que me han aconsejado.

Aquella frase era una fórmula que servía para encomendar a los viajeros ante los peligros de los viajes, en especial para ser invisible a los bandidos.

—Y no solo a los bandidos, también a los enemigos que tenemos al lado fingiendo ser amigos —le contaba María a Juan—. Tened cuidado, mi señor esposo, en especial de Pedro Laso, no me fio de él, tiene mucha ambición.

—Solo desplegaré esa enseña en ocasiones especiales, ante una gran batalla. Seguro que me dará suerte y protección.

La salida de las tropas toledanas hacia la guerra fue distinta a la que se había realizado en los meses anteriores. Había más soldados y mejor equipados, ya que la ciudad había hecho un esfuerzo especial gastando los dineros del impuesto de la cruzada y las sisas por carne y vino. Pero era precisamente eso, la preparación guerrera que sustituía al entusiasmo primero, la diferencia, pensé y en la mirada de mi señora adiviné el mismo pensamiento. Veía los rostros y las miradas de los que partían, así como las caras de las mujeres que los despedían, y eran todas de mayor seriedad y gravedad. Ya se había producido el primer revés para los comuneros con la toma de Tordesillas por los imperiales, y se barruntaba que la guerra sería larga y sangrienta, lo que estaba en las mentes de todos. El día tampoco acompañaba mucho, ya que esas mañanas de diciembre, cuando el río Tajo casi se helaba, subía de él una niebla hasta la ciudad que no invitaba a la alegría. Pero, el hijo de Juan y María, estaba pegado a las faldas de su madre y aún tenía las legañas del sueño en la cara.

Salimos de la ciudad aún de madrugada, para aprovechar en todo lo posible la luz del día. Doña María se despidió de su marido y los caballeros de su casa desde el balcón, aún sin irse las negruras de la noche, azules oscuros que clareaban hacia el este y que daban un color incierto a aquella hora y un oscuro presentimiento de que pudiera ser aquella la última vez que lo viera en vida. Durante noches la persiguió aquella imagen, la de Juan saliendo a caballo, la enseña de su familia y su pendón, llevada por Diego de Figueroa, su capitán de caballería. Juan también conservó la imagen de su mujer desde el balcón, con un abrigo sobre el kaftán que ella había llevado aquella última noche, el mismo de sus bodas en Granada, lo que a los dos les traía muy buenos recuerdos. Aquella imagen, iluminada por



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